jueves, 19 de noviembre de 2009

Los frutos de la vida aparecen...

Vivir en condiciones muy duras te da la capacidad de hacer mas dura la existencia de tu enemigo.
Vivir entre los pobres y comer como ellos te da todos los beneficios que tu enemigo en su vida mundana no los tiene.


Fueron las últimas palabras de aquél hombre en su humilde casa de adobe. La fuerza de sus palabras cobran actualidad en un mundo donde el tiempo corre en una huida a ninguna parte.

Dos mundos distintos, lejanos en el tiempo y espacio.

Los primeros rayos de sol entraban por la ventanilla del conductor que sin parpadear miraba la línea continua de aquella carretera de dos carriles nada más. La luz del mediterráneo abría el paisaje de tonos azules confundiéndose el mar y el infinito horizonte.
La brisa, esa brisa que corre por igual en todas las ciudades bañadas por ese mar, las hace tan parecidas que es difícil diferenciar una de otra.

Paris, ese mismo día del siglo pasado.

Otro coche aceleraba en una desesperada carrera que le conducia a la vida o la muerte, esquivando hasta deshacerse de sus perseguidores.
Por fin entró en aquél apartado barrio residencial de casas bajas y todas iguales.

Uno de los coches era conducido por un hombre, el otro por una mujer.
Los dos se odiaban.
Los dos compartían el mismo trabajo.
Uno tenía el reloj que marcaba las horas, el otro era el dueño del tiempo.

Dentro de un año encontraré la respuesta. Dijo uno de los dos.

(Primera pagina.)

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